A MARTE SIN AMOR
Me gustaría saber lo que piensan los negacionistas de Marte. Me gustaría saber qué planean las grandes potencias sobre el Planeta. Pero sobre todo me gustaría saber por qué nos afanamos en el exterior cuando no cuidamos a la Tierra. Empantanados los mares y océanos de plásticos, basura sin reciclar por doquier porque hemos sido capaces de crear materiales que perduran más que nosotros mismos, alentados por un consumismo feroz “de usar y tirar” que nos lleva a hinchar el vientre de las tuberías con desechos que las obstruyen y contaminan. Somos asesinos de especies que coexisten con nosotros, esclavistas de otras, incluso en épocas esclavistas de nuestra propia especie, sin contar con las guerras que hemos protagonizado y las crisis económicas y sociales que pueblan nuestra Historia. Y con toda esa mochila a cuestas queremos conquistar Marte, poblarlo y supongo que agotarlo hasta dar el salto hacia otro planeta igual de inhóspito, virgen y utilizable para nuestros propósitos. Pero no se preocupen, está todo muy lejos. No hay aun nada, porque solo sondas espaciales pueblan los cielos de Marte y robots de a dos pesetas se asientan en su rojo suelo que en otras épocas parece que fue fértil y prodigioso. El Planeta se resiste con férrea voluntad a ser conquistado con fuertes vientos y aliento tan seco como la melena de las diablesas. Ya no es la Luna de nuestros padres, que orbita tan sola y olvidada como siempre lo estuvo, mirándonos de lado con la cara humanoide de las portadas antiguas de los relatos de Verne. Ya no hay nada bajo nuestras suelas más que cotidianeidad y miseria, sin mundos por descubrir, ni Historia que merezca ser vivida. Quizás por eso Emiratos árabes, China y EE.UU. se afanan en ser los primeros en conquistar lo que es ahora el antiguo oeste, esa próxima frontera. Ya queda atrás la parafernalia Trumptiana, los amarillos de los simpsons, Melania encapsulada en tristeza vaga y un nuevo Presidente que no saca los colores a nadie. Atrás la fuga del Emérito, la misoginia y los capitales volátiles. Atrás el virus, el murciélago y el pangolín. Aquí en nuestra pequeña piel aplanada, en nuestra localidad masificada con cambios climáticos que nos acechan y catástrofes naturales que nos dominamos, nos cocemos en nuestra propia salsa, peleándonos como bestias por la tontería más obvia. No damos más que pasos entrecortados como bailarines inexpertos que quisieran agotar la pista para encauzarse a otra y luego a otra, reiniciando un ciclo que nunca terminase porque estaríamos en nuestra propia penitencia. Las grandes potencias apuestan por Marte. No, desde luego las más democráticas, ni las más pacíficas. Sí posiblemente las que tienen mayores medios económicos. Lo cual, no me digan que no, asusta. Porque qué intenciones hay en esa perseverancia. Hay una isla en Japón que durante décadas estuvo superpoblada. Era el icono del progreso y la estabilidad económica. Hashima estuvo condicionada por la veta de carbón que se descubrió en su subsuelo marino. Cuando el carbón dejó de ser interesante, la isla fue abandonada y así sigue fantasmagórica en mitad de la nada.
Marte está siendo cortejada porque no saben lo que guardan sus entrañas, ni el uso que se le puede dar a sus grandes polvaredas. Es el mismo patrón de la Revolución industrial y la conquistas de los continentes vírgenes. Dicen algunos que es la evolución natural. Me gustaría saber qué dicen los negacionistas y qué planea sobre las mentes pensantes más ilustres sobre estos hechos, mientras sucumbimos a la actualidad, nos atontan con medias verdades y comemos realitys enlatados.